jueves, 12 de septiembre de 2013

Los musicalizadores urbanos

Nadie puede negar que la música constituye un excelente pasatiempo. Emociona, tranquiliza, enamora, inspira, hace cantar, bailar y transporta hacia lugares mágicos e imaginarios. Podés disfrutarla a un volumen razonable en el living de tu casa, en el auto o en la oficina, o con los correspondientes auriculares en el bondi o en el tren. Como ocurre en todos los órdenes de la vida, hay personajes que desconocen estas reglas básicas de convivencia y deciden compartir su berretín musical con todo el mundo. O sea, no le piden permiso a nadie. Aquí van algunas de estas tiernas criaturas...

EL AMBULANTE
Descendiente directo de aquel homo sapiens que en los ‘80 solía subir a los transportes públicos con la doble casetera al hombro. Los avances tecnológicos han jugado a favor de él -y de su espalda- y hoy lo podés ver portando en sus manos esos celulares inteligentes que aturden más que un taller de chapa y pintura. El colectivo entero lo padecerá y guay del que se atreva a pedirle que baje un toque el volumen de ese compiladito de Don Omar o de Los Pibes Chorros. “Eeeehhhh, ¿qué te pasa, gato? ¿so’ ortiba, so’?”, te lanzará con tonito intimidatorio, mientras te mira feo por debajo de sus cejas depiladas y su gorrita de visera plana.

EL PERCUSIONISTA
Mezcla de pájaro picasesos con tortura china, este pasajero de dedos inquietos no te impone su estridente música sino que te hace viajar al compás del tamboril. Los receptores de su molesto golpeteo son casi siempre el pasamanos del bondi o el respaldo de adelante (justo donde tenés los oídos vos). En algunos casos se inspira en la pieza musical que brota de sus auriculares y en otros, el ritmo está en su imaginación. De cualquiera de las dos formas jamás llegás a adivinar qué carajo está interpretando. Es más, al lado de este mal émulo del Negro Rada un pájaro carpintero sonaría como Mozart o Chopin.

EL JILGUERO
Variante del espécimen anterior con una diferencia: su “arte” es ejecutado mediante pegajosos silbidos. Su hábitat es la vía pública en general pero se hace especialmente denso en los colectivos. Es allí donde lo tenés que soportar largos minutos o, en el peor de los casos, un viajecito entero. Y siempre se acomoda al lado tuyo, como para confirmar la implacable Ley de Murphy. No le busques melodía ni afinación porque se la olvido en su casa. Sus desordenados silbidos no responden a ningún tema musical en particular, más bien va improvisando las notas sobre la marcha de acuerdo a su estado de ánimo. Lo único que sé es que este "pajarito” está pidiendo a gritos un hondazo justiciero.

EL LÍRICO
También suele tallar en los transportes públicos pero su modus operandi es muchísimo más osado que el de sus dos colegas anteriores. Ajeno a todo y con total desparpajo, este sujeto va cantando en voz alta el tema que emana de sus auriculares. La imposibilidad de escucharse a sí mismo lo hace desafinar más que un perro resfriado y quien no lo tuviera a la vista podría llegar a pensar que le están apretando las quetejedis con una morsa. Es muy gracioso oírlo cantar en inglés, sobre todo si no caza el idioma. La escena hace que algunos pasajeros se miren entre sí con sonrisas cómplices, que otros lo observen con asco, y que otros directamente busquen en sus agendas el teléfono de algún neuropsiquiátrico. De todas maneras, yo no tomaría tan a la ligera a este personaje, a ver si en una de esas sus letras esconden mensajes satánicos.

EL DJ VIAL
Sujeto motorizado. Al revés de los pinchadiscos convencionales, su hobbie no es pasar música en un solo lugar sino llevarla por todos los barrios a bordo de su auto. Fanático del tunning, hay que reconocerle una virtud: no es egoísta y baja las ventanillas para compartir los demoledores 500 watts que brotan de su estéreo con todo el mundo. Y cuando digo todo es todo; desde la señora que sacó a pasear al perro a la vereda hasta el cadete que labura en el tercer subsuelo de un banco. Lo mejor que te puede pasar es que este sujeto desaparezca de tu vista –y de tus oídos- lo más rápido posible. Caso contrario, si te toca circular a la par de él vas a escuchar cumbia o un insoportable repiqueteo marchoso desde Congreso hasta Liniers. Y si solés ser su acompañante ni hablar; andá consultando a un otorrino porque podés quedar sordo antes de los 40.

EL LAVADOR
Nada que ver con los delincuentes de guante blanco que blanquean la tarasca sucia. Simpático y querendón, a este sujeto lo vas a encontrar en los barrios de casas bajas y los domingos después de la raviolada. Generalmente ataviado con malla y ojotas, tiene una sola obsesión: la limpieza de su auto (o “carro”, como lo suele llamar entre sus amigotes). Te lo vas imaginando, ¿no? Mientras unta la carrocería una y mil veces con shampúes y siliconas, despliega su otro hobbie: escuchar música a volumen intolerable. Y si el DJ vial te baja solamente las ventanillas, este espécimen va a abrir, además, todas las puertas y el baúl. Para que la disfrutes mejor, ¿viste? Aunque para este eximio lavador no todo en la vida es música. A veces saca a relucir su pasión futbolera haciéndote escuchar el clásico del domingo. Gracias a él, en 10 cuadras a la redonda todos pueden enterarse si a River le dieron un penal en el último minuto de descuento o si el 9 de Boca se comió un gol abajo del arco.

EL INDOOR
Personaje que tiene algo de todos los anteriores pero con una pequeña diferencia: rompe las pelotas sin necesidad de moverse de su casa. Es dueño de un equipete de audio que haría la envidia de los sonidistas de Pink Floyd o AC/DC. Su hobbie lo mantiene en pie de guerra con todos los integrantes del consorcio y lleva acumuladas más denuncias al 911 que zona caliente del Conurbano. Es fácil darse cuenta cuando este sujeto está presente en su casa o departamento porque tu piso, techo y paredes se sacuden más que durante un grado 8 de la escala Richter. Encima quedás como un desprolijo porque ninguna de tus visitas te cree que tus espejos y cuadritos están siempre torcidos por culpa de este energúmeno. Ah, y preparate para cuando lleguen las Fiestas porque es de los que muda los parlantes a la vereda. Después no me digas que no te avisé.