lunes, 14 de noviembre de 2011

Los disparadores seriales


La fotografía es un arte y, como tal, tiene miles de practicantes, fanáticos y seguidores. Están los profesionales, los aficionados y también los simples documentadores de lo cotidiano. Con el auge de los celulares y las cámaras digitales, todo el mundo lleva encima algún elemento que sirva para inmortalizar cada hecho o acontecimiento destacado, llámese cena, cumpleaños, té canasta o encuentro fortuito con algún cuatro de copas de la farándula local.
Pero como ocurre casi siempre, este tipo de avances tecnológicos suele desembocar en abusos y adicciones. Y bastante graves. La muerte del rollo a manos de las inagotables tarjetas de memoria dio origen a la fotografía sin límites y potenció el accionar de una serie de personajes que, otrora reprimidos por lo oneroso del revelado, hoy se han convertido en una raza ingobernable.
En su vida cotidiana le disparan absolutamente a todo, y estando de vacaciones son tan insoportables como cuando regresan de ellas. “Venite a casa así ves las fotos de Brasil”, te invita entusiasta un amigo, cuando no las publica directamente en alguna red social. Y temblá. Preparate para fumarte 100 fotos iguales del Pan de Azúcar, otras tantas del Cristo del Corcovado y una minuciosa documentación de cada desayuno, almuerzo, merienda y cena. Con entrada, plato principal y postre, por supuesto.

EL NATURALISTA
Retrata cada yuyito que ve por ahí como si fuera el eslabón perdido entre la flora de la Era Cenozoica y la radicheta. Captura cantidades industriales de atardeceres para que sus contactos y seguidores le dejen comentarios halagadores, reflexivos o de tono romántico. Cree que sus fotos son obras de arte y no se cansa de anotarse en cuanto concurso ande por ahí. Por supuesto, nunca gana nada y termina echándoles la culpa a “los acomodados de siempre”. La explicación a su fracaso se vio aquel día que intentó sacarle a la luna con flash. Su sueño es trabajar para la National Geographic, aunque para los que tienen que padecer sus fotos, este especímen es una verdadera pesadilla.

EL SIBARITA
Es un bon vivant y en cada foto le gusta mostrar su felicidad. Hace denodados esfuerzos para exhibir sus 32 piezas dentales y mantiene de manera férrea una expresión de superioridad. Nunca va a retratarse en un bondi o con una feria costumbrista de fondo. Siempre lo vas a ver con un trago largo en la mano, debajo de una palmera, en un jacuzzi o tendido sobre una hamaca paraguaya. Si con esto no es suficiente, lo complementa con un excesivo y grotesco bronceado, una camisa hawaiana y la compañía de algún animal exótico como un mono o un papagayo.

EL FIESTERO
Variante algo transgresora y desprolija del anterior. No le alcanza el entorno cinco estrellas para demostrar que la está pasando bomba, sino que necesita reforzarlo con gestos de descontrol. Se repiten hasta el hartazgo las manos en primer plano, los pulgares arriba, los ojos desorbitados, los desenfoques y las lenguas afuera estilo rolinga. Las imágenes diurnas escasean, aunque son reemplazadas por quichicientas tomas en confusas festicholas nocturnas en donde nadie pasaría un control de alcoholemia por los siguientes 4 o 5 días.

EL CULINARIO
Forma parte del selecto podio de los disparadores compulsivos, si no es el number one. En alguna vida pasada seguramente laburó de fotógrafo de alimentos. De cajón. De otra forma es difícil explicar su obsesión por retratar cada bandeja o recipiente con comida que aterriza en la mesa, así la haya pedido en un restaurant o cocinado él mismo en su casa. Su lugar en el mundo son los hoteles con sistema de buffet froid, donde se hace una panzada con la aparatosa ornamentación del desayuno, el almuerzo o la cena. También adora las cadenas de cafeterías. Allí suele lograr interesantes primeros planos de medialunas, lemon pies, brownies y capucchinos con nombres raros. Armate de paciencia si decidiste compartir algún plato con este sujeto: no vas a poder mover un solo grano de arroz hasta que no termine de fotografiarlo en todos los ángulos y posiciones posibles. Y te digo más, si lo pediste para vos solo es muy probable que tampoco tengas la libertad de hincarle el diente. Antes lo va a querer inmortalizar. “¡Chicos, esperen! No coman nada hasta que nos sirvan a todos así nos sacamos una grupal con todos los platos”, se va a encaprichar ante una concurrencia que estalla de hambre y de fastidio.

EL INDOOR
Fanático de las habitaciones y los lobbies de hotel. Le saca a la cama (con él/ella echado/a arriba), al inodoro, al bidet, al ropero y al teléfono para llamar el conserje. Si la tarjeta de memoria se lo permite, extiende su colección de objetos al jabón, a la grifería y al papel higiénico. Si de casualidad le encontrás algún paisaje, no te ilusiones, es fija que lo tomó a través de la ventana de la habitación. Por supuesto, no abandonará el lugar sin posar en cada uno de los sillones de la recepción o saliendo de la ducha con la toalla de turbante.

EL EYACULADOR PRECOZ
La documentación gráfica de sus vacaciones empieza ni bien traspone la puerta de su domicilio. No aguanta a llegar a destino para dar rienda suelta a su voracidad por obtener imágenes. Arranca sonriente en la terminal o en el aeropuerto y la sigue con ímpetu adentro del micro o del avión. Se saca junto al chofer, la azafata, el comisario de a bordo y el piloto, incluida la infaltable foto probándose la gorra de este último. Cuando ya se queda sin tripulación a quien romperle las pelotas, muta a fotógrafo “culinario” retratando al servicio de catering.

EL REFERENCIAL
Fervoroso amante de todo texto que sirva para identificar un lugar, sea un pueblo, una ciudad, un museo, un aeropuerto o un parque nacional. Su obsesión es la señalética vial y puede llegar a sacar cientos de fotos de los carteles que aparecen al costado de la ruta: “EL CALAFATE 10 km”, “EL CALAFATE 5 km”, “EL CALAFATE 1 km” y “BIENVENIDOS A EL CALAFATE”. Con él posando al lado o el cartel solo, para el caso da lo mismo. Si vas manejando vos, preparate: es capaz de hacerte girar en “U” para volver a tomar una foto del cartel del desvío a Villa Pistola, que por no tener la cámara a mano se le escapó.


EL EGÓLATRA
Sale en todas las fotos. Es infalible. Vuelve del Sur, de las Cataratas o de Europa sin una sola foto de paisajes, arquitectura o costumbres pero sí con cientos de imágenes de él mismo delante de cuanta cosa descubriera por el camino. Termina aburriendo porque, además de todo, aparece siempre en idéntica posición. “Yo estuve allí”, parece ser el mensaje como para que no queden dudas. Importa más su presencia en el lugar que el lugar en sí, lo que hace sospechar que sus viajes solo obedecen a una especie de mandato turístico.

LA EXHIBICIONISTA
Variante hot del anterior. Personaje que pertenece en su gran mayoría al género femenino. Adora su cuerpo y decide mostrar esa generosa mercadería hasta donde sus amigos pueden ver y las leyes de pornografía de Internet se lo permiten. Es fanática de las poses gatunas y sus escenarios favoritos son las playas, las piscinas y las camas de hotel. Y se saca de a miles. No escatima esfuerzos –ni megabytes- en florearse con su colección de mallas, stilettos y provocadores vestidos de noche. Su sueño es salir en la tapa de la revista Hombre aunque a veces da más para Weekend. No hace falta imaginarse qué es lo que más sobresale en la foto que ilustra su perfil de facebook. ¡¡¡Jugale todo al 7!!!

EL PADRE BABOSO
La fotografía digital se inventó para él. Sí señor. Su reblandecido orgullo lo vuelve impune y es capaz de aterrizar en tu casa o en la oficina con 2 ó 3 CD's de su bebé recién nacido: la criatura culo para arriba, culo para abajo, durmiendo, tomando la teta, en bolas, con la cachufleta al aire, con la mamá, con el tío, a upa de la madrina, bañándose, bañándose, bañándose... Consejo: no golpees la compu o el reproductor de DVD si parece que las fotos no caminan; es muy probable que sea una tanda de 20 ó 30 en la misma posición.

EL INCONTINENTE
Puede llegar a reunir las características de todos los anteriores o puede que no. Tira una foto casi casi con la misma frecuencia que respira. Cualquier motivo es bueno para una instantánea. No es excesivamente molesto excepto cuando tiene que romperle las pelotas a los demás. “Che, a ver... pónganse para la foto”, escuchás en la reunión de ex de la secundaria cada vez que te acercás a chamuyar con tu compañerita de banco que está hecha un minón y encima te da calce. “Vos estás mal ahí... correte más acá que no entrás. Un poco de onda, cheee...”, vuelve a exigir un rato más tarde. Por las dudas andá con el comedor bien cepillado porque te va a hacer impostar una sonrisa cada 10 minutos, el zopenco este. Lo que logra este sujeto es que nadie pueda hablar con nadie y que todos salgan a la calle con bastón blanco porque quedaron casi ciegos de tanto flash.

Hay de todo, como se vio. Y está bien que así sea. La fotografía es una actividad creativa y nadie se merece que le “corten las piernas”, como diría el Diego. Yo mismo desde que entré al mundo digital tripliqué la cantidad de disparos cada vez que viajo o salgo de vacaciones. Pero por respeto no las paso todas, hago una exhaustiva selección. En este caso me ajusto al viejo y sabio dicho “para muestra sobra un botón”.