lunes, 29 de noviembre de 2010

Dime cómo bailas...

Ya me ocupé oportunamente de las fiestas de casamiento y de los videos de esos mismos casamientos. Y no fueron palabras bonitas, como habrán podido apreciar quienes siguen este blog. Pues bien, no las esperen tampoco ahora porque esta vez voy a poner la lupa sobre ese momento de la fiesta que tanto me rompe las pelotas: el del baile. Es decir, ese fatídico instante en el que cada invitado es empujado a dejar todo lo que está haciendo para zambullirse de cabeza en la pista, esté con una pechuga de pollo en la boca o no.
Concretamente me voy a referir al aspecto sociológico de esta manifestación de algarabía. Es que observando detenidamente a los individuos que componen a esa turba borracha y descontrolada, uno puede adivinar personalidades y conductas diversas. Que también las hay entre los que no participan, por supuesto. La pista es lugar de diversión, pero al mismo tiempo una especie de campo de batalla para la conquista y la seducción. No he ido a muchos casamientos últimamente (por suerte), pero me alcanza para trazar una pequeña galería de los personajes que suelen aparecer apenas se escuchan los primeros e insoportables acordes de cumbia o reggaetón.

LOS PRIMERIZOS
Como su nombre lo indica, son los que salen a bailar primero. No aguantan, les pica el culo. En el apuro dejan las servilletas en el piso o se enganchan con el mantel, amenazando tirar platos y copas a la mierda. Generalmente se trata de un matrimonio cincuentón que busca robar protagonismo a base de pasos raros y contorsiones. Él luce bronceado y ella pintada como una puerta. El mensaje que pretenden dar es claro: “miren qué pendejos y cancheros que somos; ¡aprendan, giles!”. Por supuesto, no pasa ni medio minuto hasta que ambos empiezan a hacer el clásico e insistente gestito con la mano para que salgan todos. Son de largo aliento. Cuando el disc-jockey ya está guardando los CDs para irse y los novios hacen fuerza para no dormirse parados, estos dos ridículos siguen dando vueltas como el conejito de las pilas duraderas.


EL TIO CARIÑOSO
Generalmente entrado en años y en kilos, este personaje aprovecha el quilombo generalizado para hacer lo que más le gusta y en otras circunstancias no podría: toquetear a las chicas. Llámese amigas de la novia o alguna sobrina adolescente que, según le contaron, hace rato que juega en primera. Con la mano que no usa para estos tiernos menesteres sostiene permanentemente una copa de vino y anda siempre arremangado para impresionar con sus relojes y pulseras de oro. Si con esta descripción todavía no lo sacaron, les doy otra pista: es el que termina con la corbata de vincha, la camisa abierta hasta el ombligo y el pantalón dejando ver la raya del culo.

LA CORPORATIVA
Es la rompe bolas que no para hasta hacer bailar a todos. Este personaje es mujer. Siempre. Al hombre le chupa un huevo quiénes están en la pista y quiénes no. Su obsesión merece un estudio psicológico serio; en su pasado debe haber algún trauma de abandono que se esfuerza en ocultar. De otro modo no se explica. Mientras se sacude desaforada, con los brazos llama nerviosamente a todo el mundo para que se sume. En ocasiones, su obsesión es personalizada y viene a sacarte por la fuerza tomándote de un brazo. No es de rendirse fácilmente y genera tanto escándalo y tensión alrededor tuyo que terminás dándole el gusto. Si torcés su voluntad se va ofendida y el mote de “amargo” te quedará para toda tu existencia.

EL DESAFORADO
Por lo general este sujeto no actúa solo sino en patota. Conforman el grupete de los mejores amigos del novio, quienes se creen con el deber y la obligación de “levantar” la fiesta. Bailan ensayando una especie de pogo y cantan los temas de moda con alaridos tribuneros. Toda forma de violencia les resulta insuficiente. Son los que usan el cotillón del carnaval carioca para golpear a todo el mundo en la cabeza y terminan revoleando al novio –o a la novia- hasta mandarlo al hospital. La cosa se pone aun más riesgosa si son amigos del fútbol o del rugby. En realidad lo que buscan es llamar la atención de las féminas solteras para que vean lo jodones y divertidos que son. Más allá de los juicios de valor y las apreciaciones psicológicas, es preferible tenerlos lejos porque pueden aterrizar accidentalmente arriba de un sobrinito y aplastarlo.

LA DESAFORADA
Versión femenina del personaje anterior con una diferencia: puede actuar sola porque no le teme al papelón. Llega con unos tacos aguja de 15 centímetros pero después del segundo o tercer tema termina descalza porque si se cae de ahí arriba se mata. Le da lo mismo bailar con un hombre, sola o con su bandita de amigas; su propósito es cantar, gritar, revolear el culo y liberar endorfinas. No necesita emborracharse porque la excitación es su estado natural y además corre el riesgo de culminar la fiesta sumergida en un pedo triste. Se muestra como una mina desinhibida y que va al frente, aunque, en realidad, el mensaje para el que la quiera conquistar es claro y honesto: se está llevando una loca suelta.

LA COREOGRAFA
Personaje del sexo femenino, sin discusión. Versión prolija y académica de la desaforada. Vedetonga frustrada, encuentra en las fiestas de casamiento terreno fértil para hacer docencia. Se sabe de memoria todos los pasitos de Chayanne, de Luismi, y las coreos de Tinelli. En dos minutos junta a un séquito de 5 ó 6 paparulos que la siguen embobados como a un guía espiritual. Con suerte, los más hábiles logran copiarla con un pequeño delay; el resto anda como turco en la neblina y hacen que la Mole Moli parezca Nureyev.

EL VOYEUR
Sentado en la oscuridad de las mesas, mira cómo los demás danzan y se divierten. Puede ser por timidez o porque odia bailar. Sufre porque no puede ocupar ese tiempo valioso en hacer otra cosa más que mirar. Es presa fácil de la corporativa, quien lo acecha desde la pista cual leopardo a un indefenso venado. A menos que domine a la perfección el lenguaje de señas, la imposibilidad de entablar un diálogo a causa del ruido confina al voyeur a la categoría de una planta. Suele quedar solo, a cuidado de alguna criatura o acompañando a una bisabuela que si ya era medio sorda antes de la fiesta, a partir de esa música estridente lo será del todo.


EL MEDIA TINTA
Como su nombre lo indica, este personaje presenta un comportamiento ambiguo: no baila ni se queda sentado. Permanece parado en la orilla de la pista como una manera de decir “participo pero hasta ahí”. A lo sumo aplaude y festeja algún que otro chiste pero no más que eso. Es un plateísta de lujo. Su plan secreto es ponerse a salvo de la corporativa, quien, mientras lo vea medianamente activo, no lo considerará como un objetivo inmediato.

LA MOMIA
Es fácil de reconocer: tiene look ochentoso y a la hora del dancing muestra menos cintura que un paquete de yerba. Es duro como rulo de estatua. No le pidan ritmo, cadencia ni los pasitos de moda porque se los olvidó en la cuna. A lo sumo alguna patadita al costado de las que hacían Silvana Di Lorenzo y Raúl Padovani en "Música en Libertad". Mientras el resto tiene las pulsaciones en 120, él anda por las 40 ó 45. De regreso a su casa cuelga la pilcha así como está porque ni transpiró. Para el caso da lo mismo que no baile porque parece que estuviera quieto. Su movediza compañera lo franelea y le revolea las tetas en la cara y el tipo mira al infinito sin inmutarse. Al verlo, uno se pregunta si para otros menesteres más pasionales también es así.

EL MAQUINISTA
Es el que arma el clásico e infaltable trencito. En vidas pasadas tal vez haya sido chofer del Roca, del Sarmiento o de la Trochita Patagónica. Al igual que el tío cariñoso, se abusa de esta “unión de vagones humanos” para palpar la cintura de las chicas. Claro que en este caso la cintura es una zona de límites difusos que se puede extender hacia arriba o, en la mayoría de los casos, hacia las anchuras de abajo. Para hacerse el boludo mira para otro lado y hace sonar la corneta que le dieron para el carnaval carioca. El maquinista también es corporativo y durante el sinuoso recorrido va enganchando adelante suyo “vagones” nuevos porque las quiere tocar a todas. Al final de la fiesta este pícaro te puede decir con escaso margen de error el número de talle de cada una las desprevenidas señoritas.


Para cerrar esta clasificación de simpáticos personajes, diría que mi performance en los bailes de casamiento depende mucho de mi estado de ánimo en ese momento. Pero no es muy buena. Si me estoy embolando puedo ser voyeur, a veces media tinta, y si la estoy pasando relativamente bien, con un poquito de alcohol encima puedo trepar hasta la categoría de momia. No esperen de mí otra cosa más que eso. Es que para los tipos como yo, la momia es el estado ideal. Yo tengo la teoría de que, después del baño, el mejor lugar para pasar desapercibido y que no te rompan soberanamente las pelotas es el centro de la pista. Y este flemático personaje logra con éxito su cometido.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Las vacaciones del amor(*)


Se acercan las vacaciones y todos aquellos que ahorraron unos pesitos durante el año ya comienzan a elucubrar planes y a dibujar hojas de ruta. Algunos rumbearán, como siempre, para la Costa, otros buscarán la paz de los lagos del Sur, otros optarán por las cálidas playas de Brasil, y otro grupete elegirá algún destino más exótico como Marruecos, la Polinesia o el cruce del Amazonas en anaconda.
Además de fijar el destino, otra importante cuestión a definir es cuándo y con quién nos vamos. Y esto último no es poca cosa. Si bien las vacaciones constituyen un período mágico en el cual todo es diversión, descanso y experiencias nuevas, también es una prueba de fuego para la convivencia con quienes no pasamos demasiado tiempo durante el resto del año. Y no hablo sólo de amigos o compañeros de trabajo; hay matrimonios, novios o hermanos que no pueden estar más de 24 horas sin agarrarse de los pelos.
La convivencia en vacaciones es difícil –no descubro la pólvora con ésto- y las causas de un malestar pueden ser varias: mala elección de un hotel, gastos superfluos, cambios repentinos de planes, clima pedorro, pérdidas de tiempo y un largo etcétera. Por supuesto, todo esto se magnifica y conduce al estallido si dentro de esa alegre troupe en vacaciones hay personajes como los que se detallan a continuación.

EL PREVISOR
Este especímen aparece cuando el grupo se va de campamento o alquiló una propiedad en la Costa. Trae desde la cuna una idea que nadie se la puede sacar de la cabeza: hay que comprar todo en Buenos Aires porque afuera te sacuden el moño. Y cuando digo todo es TODO: sal, azúcar, fideos, galletitas saladas, galletitas dulces, yerba, escarbadientes, pañales y la comida del gato. Encima pretende el aplauso porque cree que está logrando una gran diferencia de guita. En realidad, lo que se gana es el odio de todos por culpa del lugar que eso ocupa en los intersticios del auto, o el peso al pedo que tiene que cargar cada uno en las mochilas. Y ni hablar del estado en el que llegan los alimentos. Imaginate, después de dos días de viaje y tres combinaciones de micros, la horma de queso queda con la forma del calentador, las galletitas solo sirven para pan rallado y la mortadela luce unas manchitas verdes que asustarían hasta a un perro carroñero. Al final, la mitad de toda esa mercadería regresa intacta a Buenos Aires porque a la vuelta del depto que alquilaron ofrecían promos de ravioles o de milangas con fritas a dos mangos con cincuenta.

EL DICTADOR
Tiene a todo el mundo cagando aceite. Trata a sus compañeros como soldados de un cuartel que solo existe en su imaginación. Su modo de verbo favorito es el imperativo: “hacé”, “limpiá”, “andá”, “guardá”. Se pone de malhumor cuando una orden suya no se cumple, se cumple a medias o se discute. Ni hablar si se cumple mal. Explota. A base de levantar la voz, de a poco va condenando al resto a la sumisión y cada actividad necesita de su visto bueno o sus consejos. Es el fiscal de todo el mundo, el que dictamina cómo cocinar, cómo comer, cómo hablar y cómo bañarse. Condiciona tanto al grupo que hasta para salir a tirarse un pedo atrás de un árbol hay que pedirle permiso a él. A no ser que seamos masoquistas, la relación con este sujeto dura un solo verano. Y termina mal. Debut y despedida, no hay vuelta atrás.

EL ESTRUCTURADO
Si te olvidaste la agenda en tu casa no problem, porque este sujeto te va a recordar con firmeza cada puta cosa que deban hacer durante el día y cómo. Es el pájaro picasesos. No deja nada librado a la suerte ni menos a la improvisación. Se ajusta con fanatismo al concepto de grupo y le cuesta actuar de manera independiente y práctica. Jamás se va a mandar por su cuenta a gestionar algo, él pretende que vayan todos. Se aferra a una especie de libreto o manual de procedimiento, y su tic obsesivo es mirar a cada rato el reloj. Es como un timer: indica cuándo desayunar, cuándo salir de compras, cuando almorzar, cuando merendar, y antes de que caiga el sol ya va a ir recordándole a todos que es hora de preparar la cena. No le importa si el resto está siguiendo un partido de fútbol por TV o participando de una divertida y relajada charla de fogón: son las 8 y el manual dice que hay que cenar. Sus propuestas son, en realidad, órdenes encubiertas, las que de ser postergadas o rechazadas lo ponen secretamente de muy malhumor. Es una especie de dictador bajas calorías, aunque a diferencia de este último, no genera broncas inmediatas si no que por su manera sutil de meter presión va cansando con el tiempo.

EL VAGO
Otro especímen que abunda entre los grupos de veraneantes, sobre todo cuando deben autoabastecerse. No hace un pito a la vela y pretende que todos lo sirvan. Como escribí en otro post, hay vagos conscientes y vagos caraduras. El primero sabe de su condición y no reclama nada porque intuye que al primer cacareo lo bajan de un hondazo. El segundo es detestable, ve que sus compañeros armaron con esfuerzo la carpa después de haber ido a buscar agua y leña, y se queja porque no la orientaron con vista al glaciar. Sea de uno u otro bando, en ocasiones le remuerde la conciencia y asume tareas riesgosas como guardar una gaseosa en la heladera, buscar en la mochila un encendedor para prender el fuego o limpiar las miguitas de pan que quedaron en la mesa.

EL INFORMAL
Es un ser ingobernable. Es imposible contar con él para cualquier tipo de tarea, no por vago, si no porque nunca se sabe dónde está ni a qué hora regresa. Acepta viajar en grupo pero no se aviene a la más mínima regla de convivencia. Deja sus remeras y sus calzoncillos (o bombachas) tirados por todas partes y es capaz de desaparecer con tu cámara de fotos porque la suya no la encontró. Generalmente persigue otros objetivos dentro del viaje pero no se sincera, no pone las cartas arriba de la mesa.
Abandonen la idea de realizar un recorrido en auto con este personaje: siempre habrá que esperarlo. Es el típico inquieto que se escapa atrás del que bajó dos minutos al baño y termina perdiéndose en un shopping o en un paseo de artesanías. Y es vivo, porque especula pícaramente con la certeza de que nadie lo va a dejar abandonado en la ruta y con lo puesto. Tres pequeños consejos para defenderse de esta plaga: 1) Hacerle un duplicado de las llaves del depto (que las garpe él, por supuesto). 2) Viajar en micro o avión; si el fulano no está presente a la hora de salida, se tiene que ir a gamba (de paso cañazo se lo sacan de encima). 3) No llevarlo. Ah, y otro consejo más: no hagan el temerario experimento de juntar al informal o al vago con el dictador o el estructurado porque pueden terminar las vacaciones antes de tiempo o en la comisaría.

EL QUISQUILLOSO
Rompepelotas como el solo. Nada le viene bien. Si compraron Coca, él quería Pepsi; si alguien trajo Sprite, él quería Seven Up. Si fueron a buscar rabas, él quería pizza. Si le señalás un restaurant te lo bocha porque hay poca gente, y si le proponés el de enfrente también porque hay demasiada. Una visita de media hora al súper puede demorar una eternidad porque no encuentra las galletitas sin sal que a él le gustan, o el agua mineral que hay en góndolas no cumple con las proporciones de potasio y sodio.
Si la salida es de campamento, el quisquilloso puede estar dos horas eligiendo el lugar donde instalar la carpa: que acá hay una piedrita, que acá hay un tronquito, que acá está expuesta al rocío, que acá hay una pendiente negativa de 1 grado, o que según una leyenda indígena, dormir con la cabeza apuntando a la constelación de la Urraca trae mala suerte.

EL EGOISTA
Arma el viaje según sus gustos y conveniencias y relega a los demás a la categoría de actores de reparto. Es el que se las arregla para entrar primero a micros y aviones para ocupar la mejor butaca (en realidad cada uno debería tener asignado un número, pero una vez que apoya el culo te sentís una mierda si lo hacés mover de lugar). Vuelve del expendedor de bebidas del micro con un café con leche y cuando lo mirás desconcertado te dice “ah, ¿querías?”. En las caminatas de largo aliento es el que se toma lo que quedaba en la cantimplora mientras el resto lo mira desfalleciendo de sed. Se corta solo para conseguir una tarifa especial de buceo y a sus amigos los hace garpar el 100%. Al entrar a una habitación de hotel nueva se arroja de cabeza en la mejor cama, y al regresar de una excursión o caminata siempre va a querer bañarse primero él. “¿Querés la cama? ¡quedátela vos!”, se ofende llevándose sus petates para hacerte quedar como un chiquilín que se pelea por una boludez. Sus duchas son de una hora y cuando al fin te toca entrar a vos, tenés que salir en pelotas a buscar al encargado porque te dejó sin agua caliente. Por supuesto, ocupa todas las perchas del ropero y terminás colgando tu ropa en una silla o en un cuerno de ciervo al que solo llegás trepándote a una mesita renga.

EL BAGAYERO
Variante más comercial y sofisticada del egoísta. Usa las vacaciones para hacer negocios o, al menos, lograr una buena diferencia de guita. Su hábitat natural son los malls, shoppings, paseos de compras y zonas francas. En consecuencia, los smartphones, las tablets, los perfumes, las zapatillas de marca y las raquetas de tenis son para él como trofeos de guerra, lo que todo turista debe traer de cada escapada al primer mundo. Sus anécdotas de viaje preferidas no son aquellas en donde la pasó bomba sino en las que zafó con habilidad del control aduanero. "¿Te compraste algo?", es la pregunta típica que te hace cuando el que volvés de vacaciones sos vos. Y si no te traés nada te mira decepcionado con cara de "¿para qué mierda fuiste?".

EL FOTOGRAFO
Variante artística del egoísta. “A mí me encanta sacar fotos”, te avisa este personaje antes del viaje. Y al principio lo tomás con simpatía; ¿a quién no le gusta inmortalizar las vacaciones? No te ilusiones, es cuestión de tiempo. Lo vas a empezar a odiar cuando se baje del auto cada 100 metros para retratar yuyos inservibles, intente armar el trípode bajo una tormenta de viento y granizo o, para aprovechar un contraluz, espere a una gata peluda que viene arrastrándose desde la otra cuadra (yo pertenezco a este desesperante grupo, vayan sabiendo).

EL AHORRATIVO
Antes de pelar la billetera tiene que hacer un minucioso estudio de costos. Si están en el extranjero y deben comprar moneda local, te lleva de paseo por todos los bancos y casas de cambio hasta encontrar la cotización de su agrado. Como si hubiese venido a hacer negocios, el pelotudo. En un plano más doméstico, a la hora de cenar es capaz de hacerte recorrer todo un pueblo en busca del restaurant que venda la gaseosa más barata. Después le rompen el culo con un plato que ni sabe cómo se llama. Pero, eso sí, la Coca la pagó un peso menos. “Pssssss, a mí no me van a engañar, papá. Los de la otra cuadra son unos chorros”, se jactará canchero.

EL CONTADOR
Tiene la misma obsesión por los números que el ahorrativo, pero no precisamente para ajustar los gastos sino para anotarlos. Y no se le escapa nada; desde la cena de la noche anterior hasta las monedas que le dieron al pibe que limpió el parabrisas del auto. Somete al resto del grupo a un agotador ejercicio mental para recordar cuánto costó ese salame picado grueso que compraron en la ruta o el bono contribución para los bomberos de Villa Mosquito. Para ser justo, debo decir que este personaje no jode demasiado, pero que está, está. Y es muy gracioso.

EL MANIATICO DEL VOLANTE
Es uno de los más virulentos y peligrosos. Es que en esto hay que ser claros y realistas: en un trip en auto, el que tiene el volante detenta el poder. Y se torna insoportable si muestra tendencias maníacas-autoritarias. Decide dónde cargar nafta, dónde comer, dónde cagar, dónde parar a estirar las piernas y dónde y cómo acomodar el equipaje, entre otros menesteres cotidianos. Para cualquier actividad dentro de su jurisdicción –o sea, el auto- hay que pedirle autorización a él. Es obsesivo y todo lo perturba. Con una mano maneja, y con la otra se la pasa regulando nerviosamente cada una de las rejillas de la ventilación. Te hace llegar a Mar del Plata con faringitis aguda porque cambia del aire acondicionado a la calefacción como 25 veces, solamente en el tramo que va de acá a Samborombón. Aunque todos vayan cantando alegres un CD de Charly, es capaz de apagar el estéreo abruptamente y sin aviso porque escuchó “un ruidito” proveniente de vaya a saber qué recóndito lugar del auto. Por supuesto, no volverá a musicalizar el habitáculo hasta que todo el mundo escuche el misterioso ruido y le den la razón como a un loco. Si tiene que estacionar en un lugar complicado, obliga a bajar a la esposa o a un hijo para que lo guíe. Y termina gritándoles porque no lo hacen como él quiere. Antes de salir ordena celosamente el baúl como si estuviera estibando la carga de un barco, y es capaz de parar en el medio de la nada para reacomodarlo o para cambiar de lugar a la abuela que, después de ir a echarse una meada, cometió la “torpeza” de sentarse del lado equivocado.

EL MALHUMORADO
Su permanente cara de orto le vino por default. El malhumor ya es su estilo de vida y todo debe marchar 10 puntos para que se mantenga, no digo contento porque sería un lujo, sino mínimamente tranquilo y estabilizado. Tiene un punto de ebullición muy bajo y escasa tolerancia para el error. No disfruta de las vacaciones porque siempre encuentra algún motivo para quejarse: que no anda el aire acondicionado del hotel, que la excursión salió 15 minutos tarde, que el helado de sambayón no era sambayón, que en el camping hay mucha gente o que le cerraron ese puestito de panchos que había cuando vino hace 10 años. Por supuesto, lejos de masticar su malestar en silencio, lo canaliza maltratando a sus compañeros.

Muchas veces uno se embarca en un viaje sin sospechar que detrás de esa cara bonita o de ese correctísimo compañero de laburo se encuentra agazapado y al acecho alguno de estos personajes. Y es difícil saberlo. En la vida de ciudad somos todos lindos, piolas, divertidos, sensuales, ocurrentes, simpáticos, inteligentes y perfectos. La cosa cambia cuando la naturaleza nos somete a incomodidades, esfuerzos físicos o temores. Las relaciones se complican cuando nos vemos obligados a tomar decisiones, a cuidar el mango, a tener paciencia o, en definitiva, a pasar por experiencias a las que quizás no estamos acostumbrados en nuestra vida cotidiana. Pero bueno, hay que verlo desde el lado positivo; es tan triste y bajoneante el final de las vacaciones, que el deseo de librarnos cuanto antes de estos molestos compañeros de ruta nos da un excelente e inesperado motivo para querer volver a casa.

(*) Película argentina de 1981 dirigida por Fernando Siro y protagonizada entre otros por Jorge Martínez, Graciela Alfano y Ulises Dumont.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Post número 100

El que guarda siempre tiene, asegura un dicho popular, y aquí lo pueden comprobar. Estas dos fotos históricas pertenecen a un número de la revista SIETE DIAS aparecido allá por el verano del año 1979. La imagen de la izquierda había sido la tapa y la de la derecha, una de las que ilustraba la nota propiamente dicha que, como se alcanza a ver, mostraba como escenario al invierno neoyorkino. Ese raro encuentro entre Guillermo Vilas y Luis Alberto Spinetta tenía un motivo: reunirse con la gente de la discográfica CBS para ajustar los detalles de la grabación de “Only love can sustain” (Sólo el amor puede sostener), el único álbum de El Flaco cantado íntegramente en inglés. En aquella época el Gran Willy estaba lejos aun de incursionar profesionalmente en la música (comentarios maliciosos al margen), pero la amistad que existía entre ambos lo llevó a patrocinar el disco y a escribir, además, la letra de uno de los temas, el exquisito Children of the bells (Niños de las campanas, click aquí).

Decía Vilas con respecto a ese proyecto:

“Hemos presentado como 20 canciones con Luis Alberto Spinetta, en las que él hace la música y yo la letra. El año pasado nos encontramos, armamos las canciones y luego él las ejecutó con su grupo en Buenos Aires. Presentamos el proyecto a varias grabadoras, hasta que surgió este contrato. Es un long-play de doce temas con música de jazz-rock, más tirando al jazz que al rock. Las letras son en inglés, nos pondrán el mejor productor que hay acá y tendremos músicos excelentes. Y pensamos hacer el mismo disco para la Argentina con letra en castellano, o por lo menos la mitad en inglés y la mitad en castellano. Tendrá un sonido super especial, porque se empleará lo mejor”. (fuente: revista SIETE DIAS)

Va mi post número 100, entonces, como homenaje a dos de los personajes que más influyeron en mi vida, sobre todo el Willy.