domingo, 28 de junio de 2009

Garota diferente




Volviendo nuevamente a la música, esta vez voy a hacer un poco de "bombo" a favor de una excelente y deliciosa voz que descubrí hace un tiempito, investigando nuevos sonidos e intérpretes en la web.
Se trata de Rosalía De Souza, una cantante y compositora brasilera nacida en Río de Janeiro hace 43 años. Su música es una combinación de bossa nova, jazz, samba y electrónica. La mayor parte de los temas cantados por Rosalía son composiciones del genio italiano Nicola Conte, principal referente del acid jazz en la tierra de la pizza y del Calcio.
Su repertorio ha homenajeado a autores brasileños clásicos como Tom Jobim, Baden Powell, João Gilberto, Sergio Mendes, Toquinho, Vinicius de Moraes, Djavan, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Chico Buarque, Milton Nascimento y a algún que otro pichi de la misma calaña. A partir de su sociedad musical con Nicola Conte, comenzó a participar en grabaciones para grupos jazzeros de Italia como Intensive Jazz Sextet y Quintetto X. En Junio de 2000 participó en el Brazil Festival, en Londres, donde conoció al grupo de acid jazz Les Hommes. Junto a esta formación, más la presencia de Gianluca Petrella, actuó en el Fez Jazz Festival, en Bari. Además, junto Les Hommes, actuó con éxito en Festival de Lounge de Cesenatico y en el Summer Lounge Festival, realizado en el Jazz Café de Londres. Junto al Schema Sextet y a Nicola Conte, representó a Italia en la edición 2001 del Festival de Jazz de Montreux. Lo que demuestra que, además de estar bárbara, en este metié del canto la chica la pilotea bastante bien.

Su debut discográfico solista se produjo en 2003, con el álbum “Garota Moderna”. Un año después se editó “Garota Diferente”, un álbum de remezclas de su primer larga duración. Allí colaboraron bandas como The Five Corners Quintet y The Dinning Rooms, y artistas de la talla de Gianluca Petrella y Gerardo Frisina. Como no podía ser de otra manera, ambos trabajos fueron concebidos por el gran Nicola Conte.
En el año 2006 sale al ruedo “Brasil Precisa Balançar”, trabajo que se acerca más a la música brasilera, dejando un poco de lado el sonido electrónico.
Finalmente, a principios de 2009 da a conocer la que es, hasta ahora, su última obra musical: “D’Improvviso".

Basta de cháchara, entonces; los dejo con la exquisita voz de Rosalía De Souza...

Adriana - del álbum "Garota Moderna"

Agarradinho - del álbum "Brasil Precisa Balançar"

Samba Longe - del álbum "D'Improvviso"

miércoles, 17 de junio de 2009

Hazte la fama...


Siguiendo con esta terapia catártica que me ha recomendado el doctor, esta vez voy a hablar de dos clases de individuos que, si bien son muy diferentes entre sí, a través de su peculiar y molesto comportamiento logran el mismo objetivo: que todos los que están a su alrededor se adapten a ellos. Se trata de personajes que, por su particular condición, se han ganado una fama, han sacado una especie de “patente”, por decirlo de alguna manera. Y esa “chapa” que ostentan, consciente o inconscientemente los lleva a gozar de ciertos privilegios entre su grupo familiar y de amigos, los vuelve intocables. Me estoy refiriendo a los cabrones y los vagos.

CARÁCTER DE MIERDA
El llamado "cabrón" es un tipo malhumorado, intolerante, impaciente, desconfiado, inconformista, gritón y potencialmente violento. Y digo “potencialmente” porque nunca se sabe si en algún momento puede llegar a apelar a la agresión física para imponer una idea o castigar un error ajeno. Es un misterio y, a veces, lo usa a su favor. Es como el país que tiene la bomba atómica; capaz que nunca la piensa usar, pero la tiene.

El cabrón atemoriza, intimida, impone, condiciona. En el fondo suele ser bonachón, pero su carácter irascible hace que cada decisión que se tome en su entorno necesite su visto bueno. Para que no se enoje, para mantenerlo de buen humor. Caso contrario, preparémonos para aguantarlo.
A este sujeto hay que ocultarle las malas noticias. O en su defecto procesárselas, esperar el momento, la hora, la conjunción de los planetas... Porque no se sabe cómo va a reaccionar. Si, por caso, el cabrón es tu marido, ¿cómo le decís que le rayaron el auto, que aumentaron las expensas, o que para la cena de Navidad se enganchó la tía Dorita? Si fuiste a sacar entradas para ir al cine con la cabrona de tu novia, ¿cómo le comentás que no conseguiste para la peli de amor que ella quería? Si esperás a tu amigo cabrón en la puerta de un restaurante, ¿cómo le avisás que hay 45 minutos de demora? Si el cabrón es tu compañero de fútbol, ¿cómo le comunicás que el arquero hoy no viene porque se levantó con fiebre? Si te tocó la compra del asado para el domingo, ¿cómo le decís al cabrón de tu cuñado que no conseguiste tira? Es jodido, porque el cabrón no analiza. Reacciona sin pensar. Es de esos que asesinan al cartero porque les trajo una mala noticia.
Y no es aconsejable caer en la táctica del ocultamiento, porque a la larga resulta peor, porque termina enterándose de las cosas por otro. Y quedás para el culo, porque no se lo contaste, o se lo contaste mal.
Conclusión: hay que tomar valor y decirle las cosas como son. Y si no le gusta, que se joda. Al fin y al cabo el problema es él.

TRABAJÁS, TE CANSÁS, QUÉ GANÁS(1)
El vago casi no necesita presentación. Los hay en todos lados; en el trabajo, en la familia o en el grupo de amigos. Es irresponsable, ventajero, cómodo, mentiroso y sobre todo hábil. Hilando un poco más fino se podría decir que hay dos tipos de vagos, el consciente y el caradura. El primero sabe de su condición y se aviene a una suerte de ley de las compensaciones: no reclama nada de los demás porque sabe que al primer cacareo lo bajan de un hondazo. El segundo es detestable; ve que sus amigos invirtieron tiempo y horas de laburo para organizar el viaje a Europa, y protesta porque el hotel no tiene vista a la torre Eiffel.
En el ámbito laboral el vago es nocivo para sus compañeros. “Encargale el trabajo al que más trabajo tiene si querés que te lo haga”, me dijo una vez uno de esos filósofos de la vida. Y es una gran verdad. Asignarle una misión al vago es riesgoso: no sabés cuando lo va a hacer, si lo va a hacer ...y ni hablemos si lo va a hacer bien. Por eso le encomendamos la tarea al laburador, al responsable, que, por supuesto, termina odiando al vago.
En el ámbito social el vago también suele hacer de las suyas. Ante un asado o una comilona jamás pregunta qué hay que llevar o hacer. “¿Dónde y a qué hora hay que estar?”, es todo lo que le interesa. Y generalmente es de llegar tarde, cuando ya está todo cocinado. A ver si todavía lo enganchan para algo. Lo mismo ocurre frente al cumpleaños de un tercero: el vago jamás se va a ofrecer para comprar el regalo. De eso se encargan los giles de sus amigos. "Che, ¿no había de otro color?", te va a decir cuando vea esa chomba que compraste después de perderte toda una tarde en el shopping. Para enmascarar su comportamiento, a veces el vago se muestra también como un gran vendedor de humo: se inventa tareas inútiles para que los demás vean que está haciendo algo. Y claro, esto lo hace una vez, lo hace dos veces... a la tercera lo querés acogotar.
“Fulanito es así, a esta altura no lo vas a cambiar”, suelen decir los más indulgentes. Y está mal. Le están haciendo el juego al vago. Eso es lo que quiere, que no lo cambien. En algún momento hay que romper ese círculo vicioso. De alguna forma hay que quebrar ese status quo que favorece el accionar del vago y confina a la resignación a los que trabajan y se calientan. Y no es tan difícil lograrlo; sólo se necesita una pizca de humor, creatividad y decisión.

Así es, chicos; el vago y el cabrón están entre nosotros y hay que aprender a convivir con ellos. Seguramente a lo largo de estas líneas, muchos de ustedes habrán reconocido a más de un amigo, familiar o compañero de laburo ...o a lo mejor a ustedes mismos. Quien te dice...
Yo termino de escribir esto con la conciencia tranquila. Ante este tipo de denuncias, siempre me amparo en el viejo y famoso dicho “al que le quepa el sayo, que se lo ponga”. Qué joder.

(1) Frase del célebre Minguito Tinguitella, entrañable personaje interpretado por Juan Carlos Altavista.

domingo, 14 de junio de 2009

Esta música no es para lavarse las manos


Reunión de amigos en casa. Pizza, empanadas, cervecita... De fondo suena una especie de reggae pesado, con mucho bajo y efectos de sonido.
“¿Qué música vendría a ser esta?”, pregunta alguien. “Dub”, les contesto (se pronuncia “dab”). Y enseguida viene la inevitable sarta de chistes fáciles y burlones relacionados con el famoso jabón de idéntica pronunciación. Perdónalos, Señor...

El dub es un género musical electrónico desarrollado en Jamaica a partir de los años ‘70. Su evolución fue paralela a la del reggae pues solían realizarse versiones dub en las caras “b” de los vinilos.
La música dub incluye habitualmente efectos de sonido de eco y reverberación añadidos a una canción ya existente, acompañados muchas veces de fragmentos de las letras de las canciones originales. Generalmente se retira gran parte de los vocales y se hace más énfasis en bajo y batería. Muchas veces también se incluyen otros efectos sonoros como tiros, sonidos de animales, sirenas de policía, alarmas, etc.
Es uno de los géneros musicales basados en remixes de canciones. El dub está caracterizado por ser una versión de canciones ya existentes, con sonidos instrumentales que son saturados de efectos procesados que se aplican en algunas piezas de percusión o letra, mientras que otros instrumentos pasean por el mix, entrando y saliendo de éste. Es jugar con las pistas de la cinta de grabación.
Otra característica del dub es el bajo incorporado con otros sonidos graves y subliminales. Las mezclas de este género incorporan, además de efectos procesados, otros sonidos como el cantar de pájaros y ballenas, rayos y relámpagos, caer de agua, y algunas inserciones vocales externas. Puede ser una mezcla en vivo hecha por un DJ, ya sea improvisada o no, aumentando el grado de detalles sonoros, creando un ambiente muy subliminal, una experiencia muy personal.
El productor King Tubby (Osbourne Ruddock) es considerado el "padre del dub" y tal vez sea el nombre más famoso, mientras que el inglés Mad Professor es uno de los mayores productores actualmente. Otros músicos importantes de la escena dub son Lee “Scratch” Perry y Augustus Pablo.

En resumen, una música que suena limpita, limpita...

Flag Dub - King Tubby


A Dub Lesson - Mad Professor

Dub Experience II - St. Germain

miércoles, 10 de junio de 2009

La leyenda de "El Moreno"


Este relato podría encajar mejor en mi blog de viajes, pero elegí mostrarlo aquí porque trasciende lo turístico, lo geográfico y lo deportivo. Habla de un personaje muy especial que, durante un puñado de días, nos iba a dar una verdadera lección de cariño y amistad.


El puesto de Gendarmería "El Manso", ubicado por aquel entonces en la margen norte del río homónimo y sobre el límite sur del Parque Nacional Nahuel Huapi, no era un lugar muy concurrido. Tal vez por eso los militares allí destinados nos despidieron con simpatía. Acaso les debió causar asombro que tres personas -Gabriela, Casi y yo- utilizaran sus vacaciones para cruzar a Chile con 20 kilos en la espalda cada uno. Y no exagero. "El paisaje y la experiencia superan cualquier sufrimiento", estoy acostumbrado a pontificar entre curiosos y detractores. Pero dejaré esta controvertida cuestión para otro momento.

Ni bien reanudamos la marcha un perro comenzó a seguirnos. Se nos unió, sería la expresión correcta. Nada anormal en estas comarcas donde es costumbre transitar dentro de chacras y campos privados. El animal se veía robusto, no parecía vagabundo. Tenía un aire a ovejero alemán, pero con cabeza ancha y más bien retacón. De nada sirvió ahuyentarlo con los bastones para que no se alejara de su supuesto amo y perdiera el camino de regreso. A decir verdad, no figuraba en nuestros planes cruzar a Chile con una mascota, pero, al parecer, el animal así lo decidió. Y no era cuestión de contrariarlo. "Ya se cansará", vaticinábamos despreocupados. Falsa presunción; los futuros hechos nos demostrarían lo lejos que estábamos de la inexplicable y sorprendente realidad.

La lluvia que nos había sorprendido la primera noche en el paraje fronterizo de El León, no impidió que el pichicho durmiera acurrucado junto a nuestra carpa. Y fue todo una señal; nos dio la certeza de que nos iba a seguir a donde y como fuera. Lo aceptamos. Soy de los que sostienen que un animal trae menos disgustos que un ser humano.

Con el correr de los días fuimos descubriendo detalles interesantes en el comportamiento de nuestro flamante compañero de ruta. Ya habíamos tenido una primera pista sobre su identidad gracias a un lugareño que nos cruzó de manera casual en la frontera. "¡¡Es 'el Moreno'!!", había exclamado con asombro y entusiasmo al ver al perro. Según le alcanzamos a entender, se refería a un animal que se había esfumado misteriosamente tiempo atrás. Nada más que eso. O nada menos.

"El Moreno" era un dechado de educación. Jamás se atrevía a tocar nuestra comida durante la ceremonia del almuerzo o la cena. El tipo permanecía en un segundo plano observándonos y sólo lo hacía al recibir la autorización. Y no le hacía asco a nada.
Tampoco entraba a lugares cerrados. Toda vez que ingresábamos a alguna vivienda, nuestro amigo de cuatro patas aguardaba silencioso y obediente en la puerta. Por las noches se apostaba a los pies de la carpa y de día velaba por nuestra seguridad y nuestras pertenencias. Como en aquella oportunidad en la que echó a mordiscones en la cola a un chanchito que amenazaba con hincarle el diente a una bolsa con comida.
Su método de marcha era curioso. Por momentos caminaba junto a Casi, por momentos junto a mí, y finalmente se arrimaba a Gaby. Y nos observaba. Como si estuviese analizando nuestros estados de ánimo. Como si nos fuese custodiando un rato a cada uno o hubiese sido entrenado para escoltar rebaños, aunque en este caso se tratase de humanos. En una ocasión, tras olfatear algo raro en el aire, desapareció en un oscuro y cerrado cañaveral. Escuchamos una especie de escaramuza, y al instante vimos salir de la espesura a un asustado pudú(1), seguido detrás por el inefable y combativo Moreno. Las vacas, que cada tanto nos obstruían la senda, también eran víctimas de la severidad de nuestro perro. En una de sus ruidosas "apretadas" para despejarnos la ruta sucedió algo gracioso. Una de las vacas se le retobó, y en una repentina inversión de roles comenzó a correrlo a él. La escena de los dos animales girando alocadamente alrededor de un árbol, sin saber quién perseguía a quién, hubiese encajado de perillas en algún film de Mel Brooks. "Se me complicó", habría pensado con susto el pobre Moreno.


Pero lo más conmovedor sucedió el día en que decidimos visitar la orilla sur del caudaloso y encajonado río Manso. Conmovedor en serio. El sistema para cruzar el río tenía algo de ejercicio acrobático y parque de diversiones: debíamos treparnos a una especie de canasta-cablecarril para dos personas, suspendida a unos cuantos metros de la superficie del agua e impulsada por uno mismo gracias a una palanca de hierro. El curioso aparato no funcionaba sin un cristiano arriba, de manera que debíamos cruzar dos y volver uno a buscar al tercero. Y que no se cayera al agua la palanca porque había que llamar de urgencia a Gendarmería o a Carabineros. Lo cierto es que el fiel Moreno, al ver angustiado que nos mudábamos a la margen opuesta sin él -era riesgoso para el perro y para nosotros-, se largó barranca abajo abriéndose paso entre las cañas, y con gran decisión se jugó a cruzar el río. Mientras pendulábamos del cable, veíamos azorados cómo ganaba la otra orilla a brazada limpia a pesar de la corriente. La garganta se nos estrechó en un nudo, y creo que nos obligó replantear seriamente el significado que hasta ese momento tenía para nosotros la palabra amistad.

La senda, días más tarde, devino en ruta, y una camioneta que pasaba por allí nos llevó rápidamente -Moreno incluido- hasta la cabecera sur del lago Tagua Tagua. En minutos debíamos subir a un pequeño transbordador que nos cruzaría hasta su extremo norte y, noche en Río Puelo mediante, tomaríamos un bus que nos depositaría finalmente en la ciudad de Puerto Montt.
¿Qué hacemos con el perro?, era la pregunta del millón. Imposible era cargarlo más allá de aquel lugar sin una serie de trámites que ninguno tenía en sus planes realizar. Cerrábamos nuestra excursión en la montaña envueltos en un inesperado dilema moral -y sentimental- que no admitía demasiadas alternativas. Mejor dicho, admitía una sola, para desgracia del animal.

“¡¡Es ‘el Moreno’!!”, reaccionó sorprendido uno de los militares destinados en la zona del lago, al vernos aparecer junto al perro. Su versión de la historia no difería de la escuchada días atrás en la frontera: el popular animal había partido de allí hacía algunos años detrás de un mochilero solitario, abandonando a su antiguo dueño. Le pedimos al oficial que al marcharnos se encargara de él.

Zarpamos. El transbordador se apartaba lentamente de la costa, y nuestros ojos se humedecían de tristeza al ver como nuestro fiel compañero luchaba por escapar del lazo que lo sujetaba para que no se arrojara de manera casi suicida al agua. En otra ocasión ya lo había hecho, pero acá tenía por delante al inmenso lago y jamás alcanzaría a la barcaza. Lo vimos saltar y retorcerse enloquecido hasta que una saliente de la costa nos cubrió la escena como el telón de una obra de teatro.

Acodado a la fría baranda de la balsa, vinieron a mi mente como un flashback cada una de sus demostraciones de fidelidad y cariño. La espantada a las vacas, su admirable educación, su valentía al animarse cruzar el río Manso...

Ya pasaron ocho años, y aún hoy me sigo haciendo preguntas sobre la actitud, el origen, la misión o la identidad de "el Moreno". ¿Sería un perro vagabundo? ¿Buscaría un amo? ¿Nos habría tomado cariño? ¿Andaría perdido y nos usó de guías para regresar a su terruño? ¿Buscaría alimento? Misterio.
Sólo estoy seguro de algo: una travesía en la soledad de las montañas siempre trae de la mano una considerable dosis de peligro. Prefiero quedarme, entonces, con la idea de que "el Moreno" ha sido durante ese puñado de días nuestro Angel de la Guarda.


(1) Ciervo pequeño, de aproximadamente 35 cm de altura, que habita en los bosques de los Andes.

miércoles, 3 de junio de 2009

Cortando clavos...

Voy a dejar por un ratito –solo un ratito- la política para hacer un llamado de alerta a la población. Al menos a la población que tiene auto o algo que se mueva sobre ruedas.
Los otros días tuve que movilizarme en mi vehículo hasta la localidad de Lomas de Zamora, en el Gran Buenos Aires. No hace falta que lo diga yo: calles despedazadas, gigantescos pozos inundados de agua sucia que dan la sensación de llegar hasta la China... La famosa frase “el Sur también existe” es más que una expresión de deseo por estos lares. Y para los gobernantes solo un slogan de campaña (uf, otra vez la política).
Cuestiones viales al margen, voy hablar de algo que me pasó. Una boludez, al lado de los problemas realmente graves que ocurren a diario. Pero demuestra una vez más que algunos argentinos son incorregibles.
Resulta que cuando salgo del lugar al cual fui, descubro que tengo una rueda pinchada (ya algunos a esta altura se habrán avivado hacia donde apunta mi relato). La cambio y, para no andar buscando una gomería por zonas que no conozco (además era de noche y llovía), decido arriesgarme y seguir hasta la Capital.
Bien. Entro a una gomería conocida para que me emparche la rueda, y el tipo, mirando detenidamente un clavo de unos 3 centímetros de largo que acababa de extraer (no exagero), me dice: “vos anduviste por Avenida Pavón, ¿no?”.
Antes de preguntarle si era brujo o adivino y pedirle un datito para la quiniela, o saber si el 28 de junio va a ganar el Colorado o el Pingüino le respondí: “¿por?”. “Pavón está llena de clavos...”, me contestó; “...los tiran de algunas gomerías”, concluyó con tono paternal.
Y ahí nomás me sentí como el animal que cae en una trampa. Me sentí parte de ese porcentaje de argentinos demasiado boludos que cae en las redes de los demasiado vivos. A lo que llega el hambre, pensé. Por lo menos no salen a afanar, también pensé emulando a esos dudosos optimistas que siempre ven el vaso medio lleno. ¿Hay diferencia entre unos y otros?
Mi costado justiciero y vengador comenzó a elucubrar soluciones para poner en vereda a estos hijos de puta. Agarrarlos es imposible. ¿Quiénes son? ¿Cómo los enganchás? ¿Cómo los diferenciás de los verdaderamente honestos, que los hay, sin dudas? Seguro los deben tirar de madrugada, cuando nadie los ve... Si vas a la Municipalidad tal o cual para proponer un “operativo quitaclavos” se te van a cagar de risa en la jeta. Podés recorrer Pavón con un imán gigante. Pero no sé... llamarías mucho la atención y al día siguiente te inundarían el asfalto con nuevos clavos. En fin, tampoco podés dejar de transitar por ese lugar.
Yo creo que lo mejor es cambiar la goma tranquilo, calladito, y hacerla arreglar bien lejos de allí. No se te va a ir la calentura, pero al menos no les hacés el caldo gordo a estos turros de mierda y le das trabajo a un gomero honesto.