miércoles, 25 de noviembre de 2009

Entre la nada y la eternidad(*)


Los otros días me alegré mucho al encontrar en la página de música goear dos temas que en su momento me partieron la cabeza. Yo tenía por entonces 15 o 16 añitos; o sea, hace de esto más de treinta. Era la época de la dictadura y bandas como Crucis, Invisible, Aquelarre y La Máquina de Hacer Pájaros proponían una apertura musical -y mental- que no coincidía con el oscurantismo reinante en el país. Ni hablar de agrupaciones foráneas como Yes, Genesis o Emerson, Lake and Palmer.
Ahora que lo veo a la distancia me asombro. Es que no puedo dejar de comparar a esa generación de pibes con la actual. ¿Cómo es posible que a los 15 años deliráramos por estos sonidos tan complejos mientras los adolescentes de hoy escuchan... (quiero ser lapidario pero no me animo) lo que escuchan ahora? No alcanzo a comprender semejante mutación. ¿Qué pasó en el camino? ¿Fuimos para adelante? ¿Fuimos para atrás? No tengo autoridad para juzgar si lo de antes era mejor o viceversa. Pero no me van a negar que en estos largos treinta años algo pasó. Y no solo a nivel musical.

Esto era lo que me hacía caminar por los paredes (y aún hoy lo sigue haciendo):

 
Determinados Espejos - Crucis

 
 
Catherine Of Aragon - Rick Wakeman

(*)Album de la Mahavishnu Orchestra, grabado en 1973.

sábado, 14 de noviembre de 2009

¿Por qué no te callas?


¿A quién no le gustan las reuniones en casa de amigos, los asados, las cenas o compartir una simple mesa de café? No hay nada mejor que entrarle a una pizza y tomar una cervecita mientras se habla de viajes, de política, de música o se cuentan anécdotas divertidas. Eso sí, más vale ir prevenidos; dentro de ese combo de amigos y conocidos pueden aparecer personajes que convierten cualquier charla en un monólogo o en una sucesión de temas que no le interesan a nadie (creo que este blog pronto pasará a llamarse “ganando enemigos”).

ANDA A INTERRUMPIR A TU ABUELA
Unos de los sujetos más odiados son los "corta conversaciones". Están presente en toda reunión. Son infalibles. Desubicados como chupete en el culo. Se trata de esas personas que quieren decirle algo a alguien y les importa un carajo si está hablando con otro o escuchando un relato interesante. Se meten igual. Interrumpen la charla con una impunidad que asusta. Lo de ellos es más importante, más urgente.
Vos estás contando algo y ¡zas! a estos sujetos se les da por robarte a tus interlocutores. Tu relato queda en el freezer, y cuando querés retomarlo ya es demasiado tarde; se está hablando de otra cosa y de intentarlo quedás como un pelotudo. A veces se da a la inversa, es decir, vos estás escuchando una jugosa y encendida charla y ellos te arrastran a un farragoso diálogo paralelo para contarte que su hijo se agarró una uña con la puerta de la heladera o que el albañil tardó dos días y medio para colocarle un metro cuadrado de baldosas. Lo grave es que no podés ignorarlos; paradójicamente sos vos el que pasa a ocupar el rol de maleducado si te negás a prestarle la oreja.

En otras ocasiones, estos verborrágicos amigos quizás sí tienen algo importante que decir pero equivocan el momento. “Chicos, tengo que darles una noticia: ¡me comprometo!”, tira eufórica alguna de las presentes, justo cuando un amigo aventurero relataba cómo escapó de la muerte en Afganistán. Los crueles talibanes pasan a cuarto intermedio porque nadie se anima a decirle a la tilinga que se meta los anillos en el culo y lo cuente más tarde.

EL SINDROME MIRTHA LEGRAND
Existen otros especímenes que son como la notas a pie de página de los libros: de algo chiquito que mencionaste al pasar te desvían hacia un tema aparte. Están esperando agazapados la palabrita mágica para arrastrar la conversación a sus dominios.
“...Yo en esa época, creo, estaba haciendo Psicología en la UBA y justo tenía un par de semanas de vacaciones...”, arrancás vos para explicar cómo se gestó aquel viaje a España, cuando al toque te interrumpe una vocecita femenina: “¿Ay, fuiste a la UBA?... ¿En qué año? Yo tengo amigos que estudiaron Psicología en la UBA. Por eso te digo. ¿No conociste a un tal Cristian Segurini? El hermano salía conmigo. Un personaje... En esa época estaba muy metido con los radicales y todo eso... Pero radicheta mal, ¿eh?...”, concluirá la entrometida, que seguirá adelante con su speech si alguien no la tacklea a tiempo y te restituye la palabra.
“...Yo volvía de mis vacaciones en Villa Gesell y justo me llama Juan...”, arranca alguien para contar cómo se encontró con sus ex de la secundaria, cuando de golpe lo frena una voz masculina: “¡Ah!, ¿veraneás en Gesell? Mirá vos... no sabía. Yo voy todos los años. ¿En dónde parás? ¿En 3 y 120? Yo soy muy amigo de unos de los guardavidas de ahí... Fito... ¿Lo ubicás? Uno rubio que tiene un tatuaje con el escudo de Chacarita... ¿Fuiste a comer a la parrillita que está ahí a la vuelta?... Ah, no sabés... hacen los mejores chinchulines que probé en mi vida...”. Definitivamente insufribles.

UNA QUE SEPAMOS TODOS
Si bien estos personajes son educados e inofensivos, podría decir que el inconveniente aquí es que no hay un insoportable único sino una confabulación de ellos. Y ocurre cuando en una reunión hay mayoría de gente que comparte -o compartió- la secundaria, el laburo, el club o lo que fuera. Son corporativos; hablan de temas que conocen ellos solos y el resto queda garpando. Y se dan conversaciones como esta:
-Che, ¿Y Bonifatti? ¿Qué es de la vida? ¿Sigue en la empresa?, -pregunta un ex de la misma a otro que todavía trabaja allí.
-Sí, ahora lo pasaron a Control de Materiales, -contesta este último.
-Mirá vos... Me acuerdo que tenía un Gacel ’84 que era una joya
-Callate que lo cambió... ahora anda en un Renault 19 gasolero
-¿Sigue casado con la de siempre? Esa morocha gordita que lo venía a buscar... –acota otro ex que también participa de la charla.
-Nooooo, ahora anda medio juntado con Gladys, una de Recursos Humanos, ¿Te acordás? Muy llamativa, ella...
-No la tengo, seguro debe haber entrado después que yo me fui
-¿Vos en que año te fuiste? –quiere saber un cuarto interlocutor que también trabaja en la dichosa empresa.
-Y... en el 2004... Abril del 2004... Por ahí...
-¿Tanto, che? ¡Cómo pasa el tiempo! Entonces, pará... ¿Cuánto estuvimos juntos? Yo entré en Marzo del 2003... Un año y monedas.
Y sí, ya me imagino: las monedas se las querés tirar por la cabeza a todos. A vos te importa una mierda la vida de Bonifatti, el Gacel ‘84, la ex, la actual y en qué año renunció el otro nabo. Lo peor de todo es que, por educación, tenés que exhibir tu mejor sonrisa y fingir que el tema te interesa. Consejo: tené paciencia y esperá que pase el nubarrón. No van a hablar toda la noche de Bonifatti. Eso creo.

ABAJO LOS MONOPOLIOS
Si hay sujetos verdaderamente insoportables son los que se adueñan de la palabra. Hablan y opinan de todo. Si hacés la prueba de cerrar los ojos vas a comprobar que la única voz que se sobresale es la de ellos. Tienen incontinencia verbal, no paran. Son la versión radicalizada y full-time de los que interrumpen. No le dejan meter un bocadillo a nadie y no saben escuchar. Cuando alguien arranca a contar algo, enseguida lo pisan y siguen hablando ellos. Llegan a un punto tal de aburrimiento y saturación que ya nadie les da bola. Pero siguen hablando. Al vacío, a la nada. Y suelen ser extremadamente caraduras. Cuando ya están al borde de acalambrarse la sin hueso suelen tiran un “che, ahora cuentensé algo ustedes; al final hablé todo el tiempo yo”.

En las sobremesas ni se te ocurra poner una película o el video de tus vacaciones porque no van a dejar escuchar a nadie. Cada puta cosa que ocurra en el film les va a hacer acordar a algo. “Ah, ¿trabaja el pibe éste?...”, va a acotar el pesado apenas vea entrar en escena al protagonista. “...Es el de la peli ‘4 gauchos y un paquete de yerba’. No sé si la vieron... Que ella era una chica que sufría de anorexia... Un poco larguita para mi gusto, pero buena... 7 puntos... Ahí se hizo conocido este flaco que no me acuerdo cómo se llama... que ahora está saliendo con una modelito...”. Toda esta perorata, por supuesto, habrá tapado la explicación del móvil del asesinato con lo cual van a ocurrir dos cosas: que un voluntario apriete el botón “REW” para ver la escena otra vez, y que otro vaya a buscar un trapo para amordazar a este flor de pelotudo.

CONCLUSION
Como dije en el post de los cabrones y los vagos: dentro de este ramillete de controvertidos personajes, muchos de nosotros vamos a reconocer a algún amigo, conocido o compañero del laburo. Yo mismo, a lo mejor sin querer, pude haber derrapado alguna vez hacia esa dirección. Casi seguro, ahora que lo pienso. Es que en el fragor de una conversación acalorada puede pasar de todo. Lo importante es darse cuenta a tiempo y recapacitar. El quilombo se arma cuando hay otros que no lo advierten, que están convencidos de que actuar de esta manera es lo más común y corriente.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Que siga el groove...



Mientras termino de darle forma a mi próximo post "¿Por qué no te callas?" (promete ser polémico) les dejo un par de temitas, digamos, como aperitivo.




Long Way From Brooklyn - Down To The Bone




Have A Good Time - The Brand New Heavies

lunes, 2 de noviembre de 2009

Los terroristas de las fiestas

Si hay personajes que, además de fastidio, me producen cierto temor son los animadores de fiestas. Es decir, esos sujetos que alguien contrata para amenizar cumpleaños, cenas en restaurantes, casamientos, despedidas de soltero, bodas de oro o lo que coño fuera.
En principio diría que son traicioneros, porque irrumpen con total impunidad en el momento menos esperado. Se materializan de la nada cuando uno está relajado y con las defensas bajas. Y a partir de ese instante todos pasan a ser sus rehenes. Y no lo digo en sentido figurado, es que apenas alguien amague con abandonar el recinto, escabullirse al baño o simplemente ignorarlo, automáticamente será objeto de sus chistes y sus burlas. No hay escapatoria.

“¡¡¡Hola a todooosssss!!! ¿¿Qué tallllll?? ¿¿Cómo estaaánnnn?? ¡¡Me presentoooo, mi nombre es Federicoooo -pero me pueden decir 'Fede'- y vengo a alegrarles un poquito esta linda reunioooón!!”, arrancará micrófono en mano, con voz modulada y actitud de canchero de manual. “Me dijo un pajarito que están festejando un cumpleaños. A veeeer... ¿Dónde está la cumpleañeraaaaa?”, preguntará frotándose las manos, con esa expresión de placer que indica que ya está listo para empezar a reírse de los invitados (debería ser “con” los invitados, pero eso demandaría un mayor esfuerzo intelectual). La chica levantará tímidamente la mano y él, por supuesto, la hará pasar al escenario o a lo que haga de escenario. “¡¡A veeeer... pido un aplauso para Andreeeeaaaaa!!...”, exclamará entre eufórico y chupamedias. “¡¡A veeeer... más fueeeerteeee!! ¿O no la quieren a Andreaaa?”, insistirá como si estuviese dirigiéndose a un público de jardín de infantes. Y la intensidad de los aplausos nunca será de su agrado, con lo cual repetirá el pedido unas 3 ó 4 veces más hasta que el caos de gritos y golpes mande al suelo tenedores y cuchillos y tire abajo los cuadros y el decorado del salón. Ahí recién se sentirá plenamente realizado y continuará con su rutina.
“Decime, Andrea... Estás de novia... casada... separada... abandonada...??”, preguntará inquisidoramente con voz de galán de radioteatro, mientras le pasa el brazo por encima de sus hombros. Andrea, por caso, dirá que está de novia. “¿Cómo se llama tu novio?”, preguntará nuestro aprendiz de vivo. “Javier”, responde la chica en voz baja como si revelara una intimidad. “A ver, chicos, ayudenmé... ¿Está Javier por ahí? ¿Dónde está Javier?”. Todas las miradas convergen en el pobre pibe y no le quedará otra que levantar su manito. “¡¡Que venga Javieeeeeer!!”, ordenará lo que se venía venir como la tormenta después del calor. El novio de la chica se acercará no muy feliz al escenario y se comerá un “¡¡ooosssooooo!!” del animador cuando este amague con estrecharle su mano. Por supuesto, la pareja tendrá que aguantarse la andanada de chistes fáciles sobre el noviazgo, sus respectivos ex y todos los lugares comunes que se puedan imaginar. Y el showman estará bien atento a las reacciones de la gente, porque en base a ello seguirá vomitando chistes malos y sacándole la ficha a cada invitado. “Y vos... ¿de qué te reís tanto? Je, seguramente tuviste algo con este pirata...”, retará a alguna de esas señoritas que se ríen de cualquier boludez. “¿Vos la estás pasando bien, che? Avisale a tu cara, entonces”, le tirará a algún invitado agreta. Humor inteligente.
Y ya que lo tiene a mano, este “banana” rentado arrancará la sección de juegos boludos con el mismísimo novio. Con una pelota de ping-pong en la boca y dibujando círculos en direcciones opuestas con mano y pie izquierdos, tendrá que repetir 3 veces “tres tristes tigres”. El pobre desgraciado pasará el papelón de su vida ante las crueles carcajadas de la concurrencia. “Me fallaste, Javier”, le dirá ante su contundente y esperado “fracaso”. El premio por realizar bien esta pelotudez –una vela aromática y un porta sahumerios- quedará desierto y el animador saldrá de cacería en busca de otra víctima que esté a la altura del desafío. O por lo menos le garantice otro rato de diversión a costilla del propio infeliz.
Y esos segundos en los que el tipo recorre el salón con la mirada son de suma tensión, porque nadie quiere convertirse en el próximo payaso de turno. Nadie quiere ser obligado a contar granos de arroz con los dedos de los pies, a imitar a un animal de la selva o a que un desconocido le pase un huevo por debajo de la ropa sin romperlo.
No hay una comprobación científica, pero el alegra-fiestas casi siempre escoge a su presa entre los más extrovertidos o entre los que se esconden. Ambos son útiles. Los primeros interactuan con el animador y potencian la supuesta gracia de la prenda (a no ser que pretendan ser más vivos que el animador; en ese caso nuestro personaje hará lo posible por aplicarles un escarmiento), los segundos atraen precisamente por su pánico a hacer monigotadas en público. Y acá el animador cuenta con un aliado de fierro que es ni más ni menos que el morbo del resto de los presentes. Al que no le gusta el canto, todos quieren oírlo cantar. Al que odia el baile, todos quieren verlo bailar. Para molestarlo, nomás. Es más gracioso ver a alguien que hace algo contra su voluntad y mal, que al que lo hace con gusto. “¡¡¡Rooo-beeer-to!!! ¡¡¡Rooo-beeer-to!!!”, corearán todos para darle ánimo al tímido elegido, mientras un par de comedidos lo arrastrarán de los brazos y lo pondrán a disposición de su verdugo. Y al tal Roberto no le quedará más remedio que acceder a los deseos de la turba, caso contrario se colgará un cartel de “amargo” que lucirá mientras viva. “Cuídenme de mis amigos que de mis enemigos me encargo solo”, decía Voltaire.

Desconozco el mercado laboral de los animadores, pero no son pocos los casos en los que estos pseudos piolas que presentan un perfil multifunción. En algunos casamientos son los mismos que pasan música y durante la fiesta te marcan cuándo comer, cuándo bailar y hasta cuándo cagar. “¡¡Les pido un fuerte aplauso para el vitel thonéeee!!!”, vocifera desde la consola, mientras una fila india de mozos irrumpe a paso militar con el primer plato. “¡¡Un aplauso para el lomo a la pimientaaaa!!”, arenga cuando aterriza el plato principal. “¡¡Un aplauso para la tripa gorda!!”, ordena si el casamiento viene onda asado campestre. Mamita querida. Un aplauso en las bolas le daría.

En otras oportunidades, para darle un toque diferente al evento se contratan los servicios de un animado-mago. Y agarrate. “A veeeer... necesito a dos amigas de la novia para que vengan a soplarme la varita”, reclamará libidinoso. “Y ahora voy a necesitar un ayudante para mi próximo truco...”, dirá después de haber hecho sonrojar a las mencionadas señoritas. En realidad, la traducción vendría a ser algo así como “voy a necesitar un perejil para que la gente se le cague de risa un rato”. Y, no sé porqué, pero el mago tiene como una aureola de impunidad. Es como el Papa, como Dios. Aunque el tipo te deje en cuatro patas, con los ojos vendados y un clavel entre los dientes, no te podés enojar. Todo se hace en pos del truco. Y no es justo.

Creo que todos en algún momento hemos padecido a estos pesados que se creen vivos. Y los seguiremos padeciendo mientras tengamos amigos que los contraten. Podría continuar haciendo catársis pero acá me planto. Me puse demasiado intolerante y no era mi intención. No me reconozco. Al fin de cuentas la animación de fiestas es un laburo y como tal merece respeto. Requiere oficio y dedicación. Es más, diría que es un arte. Sí señor, un verdadero arte. El arte de romperle las pelotas a los demás.